jueves, 2 de agosto de 2012

Sangre de París - Capítulo II

La entrada del hotel estaba llena de periodistas, ansiosos por conseguir una portada estrella. Alexandre, el recepcionista, intentaba calmar a la muchedumbre, sin éxito. Esquivé a un par de hombres con cámaras y a una mujer con un micrófono. El vestíbulo del hotel estaba lleno de gente, por lo que llegar al ascensor no fue tarea fácil. Cuando pulsé el botón del ascensor, los periodistas se me echaron encima.
-Monsieur LeBlanc, ¿ha presenciado el asesinato?-me preguntaba un hombre que tenía un cuaderno y un bolígrafo.
-Monsieur LeBlanc, ¿consiguió ver al asesino?-decía otra mujer.
¿Cómo sabían que había sido yo? Entonces lo comprendí, y miré a Alexandre, que tenía el registro de llamadas en la pantalla de su ordenador."Hijo de perra", pensé. Empujé a varias personas que me obstaculizaban el paso y entré en el ascensor.
     Cuando llegué a mi habitación, cerré la puerta con llave y fui al baño. Dormir sería imposible esa noche, así que decidí darme una ducha fría e ir al museo. Trabajaba en el Louvre como guía para los grupos que venían de visita,y como solamente trabajaba seis horas al día, el resto del tiempo lo usaba para pintar mis cuadros. Realmente no tenía mucho éxito en lo que a mis cuadros se refería, pero con el dinero que ganaba en el museo y lo que ganaba vendiendo alguna chapucilla, me daba para pagar la habitación del hotel y darme algún capricho. De vez en cuando, y sólo cuando me entraban las depresiones más graves, me acercaba a un club de streaptease que había a las afueras de París. El servicio era bueno, en todos los sentidos...
     Salí de mi habitación con sigilo, intentando que los paparazzis no me viesen. Me puse la capucha de mi chaqueta y bajé por las escaleras. Fuera del hotel hacía frío, por lo que me subí la cremallera hasta el cuello. Busqué con la mirada mi coche, un Porsche 924. Era de mi padre, fallecido hacía poco. Su negocio fue a pique tras robar los fondos de la empresa, para gastárselos en sexo, alcohol y drogas. Sobredosis.
     Me subí al coche y arranqué. El Louvre no me quedaba lejos, pero no me apetecía caminar. La falta de sueño mezclada con todos los sucesos que habían tenido lugar hacían que estuviese agotado. De todos modos, era la una de la mañana, y el Louvre no abriría sus puertas hasta dentro de unas horas. Si hacía falta, dormiría en el coche. Cuando me disponía a descansar unas horas, oí una especie de ronroneo que venía de mi mochila, donde guardaba mi uniforme de trabajo. Me acerqué y la abrí, y allí, dentro del saco, había dos esferas brillantes de color amarillo, los ojos de Pierre. Y entre sus patas, había...una pistola.

No hay comentarios:

Publicar un comentario