miércoles, 1 de agosto de 2012

Sangre de París - Capítulo I

Estábamos en el bar de la esquina, François, Pierre y yo. Faltaban dos días para las elecciones, y a mi amigo y a mi nos gustaba hablar sobre los candidatos con Mélanie, la camarera. 
-Jean-Pierre no tiene muchas posibilidades de salir elegido. Está claro que la favorita es Amélie Prigent.-dijo François.
-Cierto, aunque ese hombre árabe tiene todas las de ganar.-le contestó Mélanie a mi colega. Por alguna extraña razón del universo, la camarera siempre le llevaba la contraria a mi amigo, pero se llevaban bien. Yo había tenido alguna aventurilla con ella, pero lo habíamos olvidado todo y ahora éramos solamente buenos amigos.
-Hâkem Ghâzî Hussain. No me gusta nada.-dije convencido.-He oído rumores sobre él. Dicen que tiene tratos con guerrilleros africanos y con algunas mafias. No me gustaría tener un presidente corrupto.
Sabía que en el bar había gente que quería que el africano ganase, pero me daba igual. Yo siempre decía lo que pensaba.

     Llegué al hotel a las nueve de la noche. Saludé al recepcionista y me dirigí a mi habitación. Pierre ya estaba dormido, metido en su "cama". Me desvestí, me puse un pantalón corto y me metí en la cama. A los diez minutos ya me había dormido....

     ¡Bang! ¿Había oído un disparo? ¿O sólo era parte de mi sueño? No lo sabía, pero me levanté y miré por la ventana que daba al callejón...y los vi. Amélie Prigent, tirada en el suelo, sobre un charco de sangre, con un agujero de bala en la cabeza. Dos hombres con traje y gafas, y entre esos dos, con una pistola en la mano...Ghâzî Hussain. Los pensamientos se agolpaban en mi cabeza. No sabía que hacer...¿llamar a la policía o detener yo mismo al político asesino?
"Kyle, probablemente acabarías igual que Prigent", pensé. Así que rápidamente marqué el número de emergencias en el teléfono de la habitación.
Expliqué la situación a la mujer que me respondió, y en media hora una patrulla de policía al completo, una ambulancia y varias personas estaban situadas alrededor del cadáver de la que posiblemente fuese nuestra futura presidenta. Decidí no salir. Si les decía a los policías que había visto a Hussain asesinándola, no me creerian. Y quizás el africano me descubriese y me matase. 
"Ya está muerta, acusarle no arreglará nada.", me dije. El jaleo de sirenas mezclado con las charlas nerviosas de la multitud no me dejaría dormir, por lo que me vestí y me fui a dar un paseo.
 
     París a medianoche era realmente hermoso. Caminé un buen trecho hasta llegar a la famosa Torre Eiffel. Desde luego, era lo más bello que se podía ver en toda Francia, y quizás, en toda Europa. Los parisinos que quedaban levantados se dirigían ya hacia sus casas, y los dueños de tiendas y bares, que raramente se quedaban hasta estas horas, cerraban ya sus negocios. Pensé que sería mejor volver al hotel, quizás el barullo ya había pasado. Pero me equivocaba...

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